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La Calidad como ruta estratégica en la Educación Superior
La calidad en la educación superior no solo representa un sello de prestigio institucional, sino también un compromiso estratégico con el desarrollo sostenible, la equidad social y la formación de ciudadanos capaces de liderar transformaciones en entornos complejos y cambiantes (UNESCO, 2015)[1]. En un contexto global cada vez más competitivo, incierto y marcado por la aceleración tecnológica, asegurar la calidad se convierte en una herramienta fundamental para garantizar la relevancia, eficacia y sostenibilidad del sistema educativo (OCDE, 2020)[2].
Desde esta mirada estratégica, la calidad en la educación superior puede definirse como el grado en que una institución cumple con sus objetivos educativos, responde eficazmente a las demandas del entorno y promueve procesos de mejora continua orientados al desarrollo académico, personal y profesional de sus estudiantes (ENQA, 2015)[3]. Este concepto abarca una visión integral que va más allá del rendimiento académico: incluye la pertinencia curricular, la innovación pedagógica, la gestión institucional, la infraestructura, la investigación, la vinculación con la sociedad y el impacto transformador en el entorno.
La evolución del concepto de calidad ha llevado a que hoy se entienda como un proceso dinámico, participativo y orientado a la mejora constante. No se trata de cumplir con requisitos estáticos, sino de construir una cultura institucional comprometida con la excelencia, la transparencia y la evaluación permanente (Harvey & Green, 1993)[4]. La calidad, en este sentido, debe ser parte del ADN de las universidades, es una brújula que orienta las decisiones e inspire innovación y movilice recursos hacia objetivos de largo plazo.
Asegurar la calidad implica, además, tomar decisiones estratégicas. Requiere definir una visión clara del futuro institucional, diseñar políticas coherentes, implementar sistemas de aseguramiento interno, fomentar el liderazgo académico y promover la participación de todos los actores: estudiantes, docentes, autoridades, egresados, empleadores y sociedad civil (SINEACE, 2021)[5]. Esta visión sistémica y colaborativa permite construir una educación superior más pertinente, inclusiva y con capacidad de adaptación a los cambios del entorno.
Los modelos de evaluación y acreditación, tanto nacionales como internacionales, juegan un rol clave al establecer estándares y promover buenas prácticas (ENQA, 2015). Sin embargo, la calidad no debe limitarse a cumplir con marcos normativos; debe proyectarse como un instrumento estratégico para construir ventajas competitivas sostenibles, fortalecer la reputación institucional y contribuir activamente al desarrollo local, nacional y global (Drucker, 1999)[6].
La calidad no es un destino, sino una ruta estratégica hacia la transformación educativa. En un mundo que exige instituciones ágiles, innovadoras y comprometidas con su entorno, trabajar por la calidad es trabajar por el futuro. Y ese futuro empieza hoy, con decisiones conscientes, liderazgo institucional y visión a largo plazo (Mintzberg, 2000)[7].
[1] UNESCO. (2015). Marco de Acción Educación 2030. París: Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.
[2] OCDE. (2020). Education at a Glance 2020: OECD Indicators. OECD Publishing.
[3] ENQA (European Association for Quality Assurance in Higher Education). (2015). Standards and Guidelines for Quality Assurance in the European Higher Education Area (ESG).
[4] Harvey, L., & Green, D. (1993). Defining Quality. Assessment & Evaluation in Higher Education, 18(1), 9–34.
[5] SINEACE. (2021). Modelo de Acreditación para Programas de Estudios de Educación Superior Universitaria. Lima: Ministerio de Educación del Perú.
[6] Drucker, P. F. (1999). Management Challenges for the 21st Century. HarperBusiness.
[7] Mintzberg, H. (2000). El Proceso Estratégico. Prentice Hall.